De un tiempo a esta parte, sobretodo por considerarme ya algo vetusto, he concordado con mi sombra revisar ciertos aspectos de mi tan mentado comportamiento. No es que se trate de un severo caso de delirio común, ni menos -como si ya lo hubiese padecido- un arranque de mis "cabales" (si es que son míos, o fueron); muy por el contrario, este acto responde simplemente a un breve, pero certero, llamado a la cordura... llamado al cual "se hace la tonta", o no escuchó, o no le dije con suficiente ahinco, pero en definitiva se hizo y eso es lo que vale.
Debo eso sí anteponer a los hechos un acto voluntario, en el cual yo mismo y mi sombra correspondimos, y que equivale a la creación de un propio marco conceptual, vale decir, la nula utilización de espejos para la ocasión.
En este arranque, o soltura, o lo que muy bien denominó mi sombra como "viaje", encontramos un defecto, entre varios, muy peculiar, tanto en su forma como en su esencia... el ejercicio de introducir un dedo en el ombligo requiere un sin fin de compromisos, sin embargo en este sentido se me provoca con tal conmoción que no debo dejar detalle alguno fuera de aquí. Es que tanto palpar las cavidades horizontales de mis orillas umbilicales sugiere de inmediato actos reflejos como el de oler el utensilio... tal proeza, debo reconocer, la forjo con esmero, ya que tanto en su textura como en su hedor puedo comprender la maravilla que me consiente.
Ante esto no debo avergonzarme, pues mis sombra, tan lejos como puede, certifica cada acto con un ademán cómplice, delatando sólo algunos detalles de cómo vehementemente se acometió. Las horas, aquellas que pasan lento fuera de mi silencio, comprometen a la angustia en un sellado pacto de amistad. Mientras jalo en mi ombligo todas esas mugresillas que no quiero sacar, por miedo a dejarlo helado, a quitarle respaldo, mi sombra ríe sin poder contener su deseo de desparramarse antes que la noche deje opaca su fugaz humanidad.
Ínterin, tengo en mi dedo la responsabilidad de achacar contra el hálito de mi cintura las últimas costras de mugre, así las estrellas pasen y la luna padezca dulce sobre la avasallante oscuridad. Y de vez en cuando sudo, pero mi dedo protege hasta el último rincón sacro de la región umbilical; porque mi sombra, cuando la aún infante jornada arrecie, sabrá que no he despojado nuestro pacto, que no he ultrajado su honor, que no he cesado hasta cansar el abdomen, para cuando el día dibuje su trazo con el primer rayo de sol.
19 agosto 2008
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